Fumar
Yo sé que hace muy mal fumar. Que seguramente me cague la voz, que tanto la quiero (aunque mi maestra fumó toda su vida y cante como ella sola, no tengo por qué refugiarme en su privilegio). También sé que da cáncer, y todo eso.
Por otra parte, nadie aprueba que fume. Mis amigos, los primeros de la lista. Sobre todo los más queridos. Mi vieja, la siguiente.
Y es que empecé a fumar hace poco. Europa le hace esas cosas a la gente. Le camina por los ojos, le besa los pies, le enamora todo el puto cuerpo y le hace llorar por Internet, a veces. Y también le hace empezar a fumar.
Toda mi vida odié el pucho. Mis viejos me fumaron la infancia y la adolescencia. Mi vieja me fuma el presente. Tuve un novio al que no besaba cuando tenía sabor a tabaco , y con quien me reencontré hace poco. Más que cualquier otra novedad que le conté, verme prender un pucho fue lo que verdaderamente lo dejó atónito.
Pero es así, Europa te hace esas cosas. Te hace muchas cosas. A mí me hizo empezar a fumar, de romántica, nomás. Debería haber empezado cuando estaba sola en París, en mi departamentito de Montmartre, mirando cómo la tormenta arrasaba la ciudad que tanto conocía a través de los libros y que me entró por cada respiro durante cinco días. Pero no. Empecé a fumar yendo a Barcelona.
¡Y claro!... ¿Cómo no iba a ser yendo a Barcelona?... Esa loca de mierda me sacudió el alma. Se merece el mérito.
Lo cierto es que fumo mucho más de lo que me gustaría. Pero hay una verdad más profunda. Disfruto fumar. Creo que ahora comprendo a todos a quienes tanto putié en mi vida pasada (digamos, mi vida antes de Europa). Pero es que, hoy por hoy, si no dejo de fumar, es porque realmente lo disfruto.
Hay puchos fundamentales. El más clásico, el de después de comer. O cuando salís de un lugar en el que no podías fumar, celebrás tu libertad con un encendedor encendido cerca de los labios. El cigarrillo después de hacer el amor es un gran momento, de mucha tranquilidad, mucha ternura, y mucha sensualidad. ¿Cómo dejar de fumar y perder ese placer?...
Los cigarrillos son, también, una medida de tiempo. Irse dentro de un pucho se ha vuelto una excusa fantástica para quedarse un rato más en donde se desea estar, aunque se tenga que irse.
Creo que eso es lo que me ha enseñado el tabaco.
A descansar en la felicidad de los momentos.
Por otra parte, nadie aprueba que fume. Mis amigos, los primeros de la lista. Sobre todo los más queridos. Mi vieja, la siguiente.
Y es que empecé a fumar hace poco. Europa le hace esas cosas a la gente. Le camina por los ojos, le besa los pies, le enamora todo el puto cuerpo y le hace llorar por Internet, a veces. Y también le hace empezar a fumar.
Toda mi vida odié el pucho. Mis viejos me fumaron la infancia y la adolescencia. Mi vieja me fuma el presente. Tuve un novio al que no besaba cuando tenía sabor a tabaco , y con quien me reencontré hace poco. Más que cualquier otra novedad que le conté, verme prender un pucho fue lo que verdaderamente lo dejó atónito.
Pero es así, Europa te hace esas cosas. Te hace muchas cosas. A mí me hizo empezar a fumar, de romántica, nomás. Debería haber empezado cuando estaba sola en París, en mi departamentito de Montmartre, mirando cómo la tormenta arrasaba la ciudad que tanto conocía a través de los libros y que me entró por cada respiro durante cinco días. Pero no. Empecé a fumar yendo a Barcelona.
¡Y claro!... ¿Cómo no iba a ser yendo a Barcelona?... Esa loca de mierda me sacudió el alma. Se merece el mérito.
Lo cierto es que fumo mucho más de lo que me gustaría. Pero hay una verdad más profunda. Disfruto fumar. Creo que ahora comprendo a todos a quienes tanto putié en mi vida pasada (digamos, mi vida antes de Europa). Pero es que, hoy por hoy, si no dejo de fumar, es porque realmente lo disfruto.
Hay puchos fundamentales. El más clásico, el de después de comer. O cuando salís de un lugar en el que no podías fumar, celebrás tu libertad con un encendedor encendido cerca de los labios. El cigarrillo después de hacer el amor es un gran momento, de mucha tranquilidad, mucha ternura, y mucha sensualidad. ¿Cómo dejar de fumar y perder ese placer?...
Los cigarrillos son, también, una medida de tiempo. Irse dentro de un pucho se ha vuelto una excusa fantástica para quedarse un rato más en donde se desea estar, aunque se tenga que irse.
Creo que eso es lo que me ha enseñado el tabaco.
A descansar en la felicidad de los momentos.