Si los personajes
Existe en algún lugar un escenario. Puede encontrarse vacío o con vidas en cima al mismo tiempo.
No tiene ningún tipo de escenografía fija. Es un mundo, este mismo u otro lejano, en esta época, una pasada o una por venir. Al mismo tiempo todo, se encuentra vacío y lleno de vida, al mismo tiempo todas las épocas y los lugares.
Es el escenario donde transcurren nuestras lecturas. Allí viven todos los personajes de todos los escritos que aún puedan consultarse.
Esto no debe ser interpretado como una realidad paralela donde conviven Madame Bovary y el Facundo. Nadie sabe del otro. Ningún personaje conoce a ningún otro, ni siquiera a los de su misma historia, sino hasta que se ven en el escenario.
Por eso se encuentra simultáneamente lleno y vacío. Para aquéllos personajes cuyas historias no están siendo leídos se encuentra vacío, pues su historia es toda su existencia. Ningún personaje que no muera en su historia morirá jamás. Y todos los personajes que mueren en su historia morirán una y otra vez sobre ese escenario infinito y mutable.
Más allá de los límites del final, las luces del escenario se apagan y ellos desaparecen. El escenario vuelve a ser un viejo tablado de madera y cortinas de terciopelo bordeaux (salvo, por supuesto, que otra persona haya estado leyendo su historia nuevamente. En ese caso los personajes rotan sobre su eje y viven sus escenas con la misma inocencia de la primera vez). Quedan como conciencias latentes, en el libro cerrado.
No deben confudirselos con actores. Esas son sus vidas. Sus vidas que vivirán eternamente iguales, incluso en desorden, pero siempre en la misma historia. Y nunca, nunca, trasguedirán los límites de sus finales impuestos por el Autor.
Al fin y al cabo, son sólo personajes.
No tiene ningún tipo de escenografía fija. Es un mundo, este mismo u otro lejano, en esta época, una pasada o una por venir. Al mismo tiempo todo, se encuentra vacío y lleno de vida, al mismo tiempo todas las épocas y los lugares.
Es el escenario donde transcurren nuestras lecturas. Allí viven todos los personajes de todos los escritos que aún puedan consultarse.
Esto no debe ser interpretado como una realidad paralela donde conviven Madame Bovary y el Facundo. Nadie sabe del otro. Ningún personaje conoce a ningún otro, ni siquiera a los de su misma historia, sino hasta que se ven en el escenario.
Por eso se encuentra simultáneamente lleno y vacío. Para aquéllos personajes cuyas historias no están siendo leídos se encuentra vacío, pues su historia es toda su existencia. Ningún personaje que no muera en su historia morirá jamás. Y todos los personajes que mueren en su historia morirán una y otra vez sobre ese escenario infinito y mutable.
Más allá de los límites del final, las luces del escenario se apagan y ellos desaparecen. El escenario vuelve a ser un viejo tablado de madera y cortinas de terciopelo bordeaux (salvo, por supuesto, que otra persona haya estado leyendo su historia nuevamente. En ese caso los personajes rotan sobre su eje y viven sus escenas con la misma inocencia de la primera vez). Quedan como conciencias latentes, en el libro cerrado.
No deben confudirselos con actores. Esas son sus vidas. Sus vidas que vivirán eternamente iguales, incluso en desorden, pero siempre en la misma historia. Y nunca, nunca, trasguedirán los límites de sus finales impuestos por el Autor.
Al fin y al cabo, son sólo personajes.